Como nos afecta el espacio

COMPARTIR

Me imagino que todos hemos vivido la siguiente situación:

Entramos en una habitación de un hotel por primera vez. Nos orientamos, miramos, el tamaño, la iluminación…- ¿Dónde está el baño? ¿y el armario? – ¿tiene balcón? ¿dónde dejo mi maleta? -¿Hay vistas?  ¿qué tal el colchón de la cama? ¿se escucha al de la habitación de al lado? Todo esto en menos de 3 minutos.

Abrimos las ventanas para ventilar, encendemos la luz del baño para ver como es, si tiene bañera o no, miramos si los muebles son nuevos o desgastados,  algunos abrimos los armarios, buscamos el minibar, encendemos la tele, etc. Todos estos gestos nos ayudan a reconocer lo que será “nuestro espacio” por una noche, tres días o incluso 1 quincena.

Hay detalles más sutiles que hacen que nos parece agradable o no esa habitación: la iluminación, los colores, la acústica, la temperatura …¡el olor! De manera consciente, pero también sin darnos cuenta, valoramos la habitación, y decidimos si nos gusta, nos decepciona, o nos deja indiferente.
Y el siguiente paso es “la conquista” del lugar. Cada uno tiene sus pequeños rituales para llevarlo a cabo: dejar la maleta encima de un mueble, “ocupar” una silla con la chaqueta o incluso colgar algún pantalón en el armario, dejar el cepillo de dientes en el baño, lavarse la cara y usar una toalla, abrir la ventana, retirar la colcha de la cama. Acciones que tienen como fin hacer la habitación un poco más “nuestra”, para estar más a gusto y colonizarla como nuestra, aunque solo sea para un corto tiempo.

Esta situación que acabamos de revivir, no es diferente cuando entramos en un paritorio a punto de dar a luz, nos pasa lo mismo. Pero, en la mayoría de los casos, el espacio hace que no nos comportamos de la misma manera. No solemos aplicar ningún ritual para apropiarnos del espacio, para hacernos sentir más cómodo. ¿Por qué?

En mis visitas a distintas maternidades como arquitecta, al entrar en los paritorios por primera vez, siempre hago el mismo ejercicio: ponerme en la piel de la parturienta, y en la piel del profesional; en ambos casos para analizar si el espacio se adapta a las necesidades de cada uno. Demasiadas veces tuve la sensación de “aquí no quisiera parir/ trabajar”, incluso llegando a sentir que el espacio agredía a la mujer, que no quería ni entrar, que el pasar por la puerta me cohibía.

Espacios fríos, cerrados, con olor desagradable, con ningún elemento no-quirúrgico, todo ese despliegue tecnológico y de utensilios para pinchar, cortar, fijar, medir, etc. me incomodan profundamente. A esto hay que sumarle además, que en ocasiones los paritorios están alicatado hasta el techo- por tanto con mala acústica- y que, obviamente, no ayudan a crear ambiente agradable. Muchas veces ni siquiera cuentan con una puerta que se pudiera cerrar, sino puertas abatibles de acero con ventanillas, al más puro estilo “cocina industrial”. La persona acompañante, al no ver ningún elemento donde poder sentarse, tampoco se sentirá bienvenido. Ni hablar del profesional, para el que no está previsto un espacio de trabajo, ni posibilidades para acompañar un proceso normal de parto y nacimiento.

En ocasiones son espacios muy antiguos que parecen sacados de “Cuéntame…”, mientras que otras veces el área- dentro del área de quirófanos- parece ser sacada de una película de naves espaciales. En cualquier caso, no suelen ser espacios que acompañen la idea de que el parto normal no es un acto médico, ni la parturienta suele ser una enferma o paciente.

Si una mujer entra al paritorio ya en silla de ruedas o en camilla, y nada más entrar ve un potro que domina el espacio, con estribos, incluso con cintas para fijarle las piernas junto con la ausencia de otro tipo de mobiliario, pues ya recibe el mensaje que se tiene que subir allí. Esto, junto a la falta de cualquier elemento cotidiano que nos recuerde espacios que conocemos, aumenta la sensación de extrañeza o inseguridad, incluso miedo. En la pared, bien visible todo el material médico, todo lo que se podría usar en algún momento. Ningún sitio donde dejar sus cosas personales – tal vez ya va desnuda y con la bata del hospital, lo cual, empeora la percepción del espacio y del ambiente.

Y allí está la diferencia.
Un parto va bien mientras la mujer tiene control sobre el proceso, es decir mientras es “dueña” de su cuerpo y del ritmo de su parto: se puede mover con libertad, y el “controlar” el espacio conduce a ser dueña también de lo que pasa en él.

Recuerdo mi experiencia cuando parí en un hospital fuera de España. La matrona me enseñó los dos paritorios que estaban libres y me dejó elegir cuál me apetecía más (había uno más grande con bañera, otro mucho más pequeño y otro más, al fondo). Una vez elegido elegido “mi” paritorio, me dijo “ponte cómoda, ahora vengo”. Entré, abrí las cortinas para ver a donde daban las vistas, entre contracciones abrí la ventana porque tenía calor, dejé mi bolso en una silla,…luego entró ella, me trajo unas botellas de agua por si tenía sed, me enseñó a manejar el equipo de música, apagó la luz del techo y me dijo donde encender la lámpara de la mesilla… me explicó un poco por encima “las cosas de la casa”, donde estaba el aseo (que se encontraba fuera, en el pasillo…) me preguntó si prefería que se quedara o no, y ante mi decisión de estar sola, me quedé allí, de pié junto a la ventana, con vistas al parque, saqué el chocolate que me había comprado antes, etc. Igual que en la habitación de hotel, fui “adueñándome”  del lugar, y, de alguna manera,  empecé a hacerlo mío, a sentirme cómoda. Lo cual me dio mucha tranquilidad y seguridad; pero sobre todo, una sensación de normalidad que era fundamental para este viaje a un lugar desconocido llamado parto.

¡El espacio sí importa!